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Nuestra Historia

Nuestra Historia

Una famiglia di panificatori

Los Albertengo llevan casi dos siglos con las manos en la masa.
La tradición nunca se ha interrumpido: era panadero el bisabuelo de Livia y Massimo, Giovanni Battista, así como los abuelos Michele y Lucia.
Fue panadero el padre, Domenico, quien, al aprender el oficio, supo intuir la gran transformación de la segunda posguerra en Italia, aquel «milagro italiano» que puso en el foco de atención nacional un dulce de la tradición local: el panetón.

La posguerra: del pan a los dulces

La cultura del pan que siempre se había producido en el obrador de Torre San Giorgio con harinas locales, la levadura natural renovada día a día en la masa y cocida en el horno de leña, fue la base del punto de inflexión en el momento de la reactivación de los años cincuenta.
Hasta ese momento, el pan había sido la base de la dieta italiana: el panetón tiene su nombre y origen en el pan.
En pocos años, el consumo de dulces dejó de considerarse un lujo de las clases acomodadas para entrar en la vida cotidiana de muchas personas.
Los Albertengo enriquecieron su producción con dulces horneados tradicionales: primero torcetti (rosquillas en forma de gota) y savoiardi (bizcochos de soletilla), que se cargaban por la mañana temprano en la furgoneta de Domenico para su venta a las tiendas de la zona.
El letrero de la tienda cambió: «Panadería – Pastelería de Domenico Albertengo» ; también se producían galletas de huevo, pastas fermentadas y biscotes.
Junto a Domenico, que en aquella época era muy joven, estaba su mujer Caterina, que lo ayudaba y creía en él y en sus proyectos. También hoy, como presidenta, Caterina sigue con atención las decisiones, el crecimiento de la empresa y de sus nietos Giorgia y Amedeo, hijos de Massimo y futuros herederos de Albertengo.

Monografia

Años 50: de los dulces al panetón

En el otoño de 1950, con vistas a la Navidad, Domenico Albertengo comenzó a amasar los primeros panetones: 300 kilos. Se había construido una máquina especial para hacerlo. Al año siguiente, en la ola del éxito de los primeros, multiplicó la producción por cinco, con un total de 1500 kilos.
El panetón gustaba. Un artículo de La Domenica del Corriere del 18 de diciembre de 1960 explicaba que todos los panetones que los italianos comían en un año (13 millones de kilos), puestos uno encima del otro, alcanzarían la altura del campanario de Giotto en Florencia. Y sobre todo, en la clasificación del consumo medio anual en las distintas regiones, Piamonte conquistaba el primer puesto (365 gramos per cápita), por delante de Lombardía (311 gramos) y Trentino Alto Adigio (309 gramos).
La producción de panetones, hasta los años sesenta, se llevó a cabo en la antigua casa del abuelo, en el centro de Torre San Giorgio, y ayudó a la panadería.
Pero había un lema que distinguía a Domenico Albertengo: «En las procesiones, o cantas o llevas la cruz, si no te falta el aliento. Las dos cosas juntas no se pueden hacer». En resumen, la filosofía de fondo era la de la especialización, por lo que en 1988 la producción de panetones tomó la delantera y Albertengo se convirtió en una empresa monoproducto.